JOSÉ LUIS SUÁREZ ROCA
Travesía del Cubismo
La primavera de 1908 llegaba a Ponferrada con el rumor de que el cadáver de una lavandera había aparecido flotando en el Sil a la altura del balneario de la Fuente del Azufre, y con la grata noticia de que el perdido Marqués de Carracedelo, derrotado por la nostalgia de la primavera berciana, había regresado de París en el expreso de la noche anterior. «La bohemia no se halla vinculada fatalmente a la pobreza», les dijo el Marqués a los trovadores y políticos que se hallaban poetizando alrededor de un brasero en el casino La Tertulia. De sus gloriosas andanzas durante siete meses por la ciudad más bella del mundo ya les iría contando, porque primero iban a tener que contemplar el cuadro más grotesco, maravilloso y brutal que jamás había pintado un artista español. Y extrajo entonces de su pulcra billetera un recorte de revista parisina, mis respetables amigos, he aquí una estampa auténtica, una fiel reproducción en cuatro colores de... ¡¡¡Las señoritas de Avignon!!! Y se la fue mostrando a los allí presentes como si de una joya de la época del general Riego se tratara, frunciendo su bigote juvenil y fanfarrón, resaltando con ronca voz triunfal que había conocido a don Pablo Picasso en el Moulin Rouge, ustedes ya saben, y que con él había compartido noches y mujeres como de otro mundo, sencillamente un genio... Pues estas cinco señoritas desnudas que ahí ven, estas cinco prostitutas de Barcelona, van a cambiar el rumbo del arte occidental, apostilló el Marqués. «Esto es obra de un ácrata terrorista», replicó indignado el alcalde de la urbe, don Manuel Vega Lordén. El párroco de la Encina ya se había levantado de su sillón para ir a purificarse a la calle, cuando el edil de Fomento, hidalgo con barbas de castrón y fama de calavera, rompió el claroscuro sentimental en que se había caído exclamando: «¡¡¡Pero si la que está tumbada es la Cachorra de la Puebla!!! Así que mencionó el edil el apodo barriobajero, volvieron todos a observar con detenimiento el ibérico rostro de aquella ramera descalabrada que, antes de emigrar a Barcelona, había estado prestando servicios en una pomposa mancebía de la carretera de Orense. No había ya ninguna duda: ¡¡¡Era la Cachorra de la Puebla!!! Ahí estaba, inmortalizada por Picasso en una escena que iba a revolucionar la historia del arte, Les demoiselles d'Avignon, sí, aquí está la Cachorra, tumbada con el brazo derecho doblado tras la cabeza, en un prostíbulo multirracial y cubista catalán, qué más da, el caso es que la imagen de una ponferradina quedará grabada para siempre en la retina artística de todos los españoles... De modo que habrá que convocar concejo, señor alcalde, dijo el Marqués de Carracedelo, y enviar una comisión a París para hacerle saber al señor Picasso que le estaríamos muy agradecidos los vecinos de Ponferrada si nos autografiase una copia de Las señoritas de Avignon, que colgaríamos en este impecable salón, y si no hay inconveniente yo mismo, que conozco muy bien el París de la 'belle époque', podría comandar dicha comisión, señor alcalde, al fin y al cabo tengo nobles instintos bohemios, soy un pelagallos con alma aristocrática... |